DE LA PROVINCIA AL INFINITO
ACERCA DE LA POESÍA DE CARLOS ILDEMAR PÉREZ
En Maracaibo, esa ciudad surreal (por lo menos así reposa en mi memoria, pues los primeros 7 años de mi vida los viví en su canícula), unos jóvenes poetas, llamados Alberto Áñez Medina, Blas Perozo Naveda,Douglas Gutiérrez Ludovic, Enrique León, y otros más jóvenes (para entonces) forjaron una palabra poética marcada a sol y fuego por un regionalismo exacerbado, matizado a la vez por un humor oscilante entre la risa franca y la “arrechera”, en medio de referencias a la tradición, a los lugares y a la gente de Maracaibo. También constituyó novedad en los poemas que circularon en ese entonces la búsqueda de la identidad en las letras y en los ritmos de la música popular como el boero y la salsa, por ejemplo. Quizás lo más relevante en dicha poesía era que la expresión se daba bajo el ropaje de los giros dialectales propios del hablar marabino.
Recordamos entonces versos como estos:
Yo escribo este poema de amor
para vos
para vos
así como un chiste
sin temor a caer en la cursilería o lo chabacano
No me importa
porque este mal poema de amor
vuela por encima de nuestra derrota.
Blas Perozo Naveda
(Date por muerto que sois hombre perdido, 1974)
O estos otros:
Inaudito padre, las letras, que para
que para qué servía eso que no da cobres, tu resignación
a mi vocación profesional, algú día no joda algún
día se van a acordar de mí…
Douglas Gutiérrez Ludovic
(El jol de la fama o el orgullo de la familia,1974)
Corrían entonces los injustamente olvidados y preteridos años setenta. Rica imaginería que se funda en símbolos ancestrales como los vetustos Dodge Darts y la Música Disco, empeñada, ella solita, en sobrevivir al rock melodioso que se imponía al estridente.
El recuerdo de estas cosas pertenecientes a la historia familiar, ancladas para siempre en una memoria por la que pocos darían unos cobres, viene a cuento a raíz del Premio de Poesía de la Bienal de Literatura Miguel Ramón Utrera, que otorgara la Secretaría de Cultura de la Gobernación del estado Aragua, el 2 de septiembre de 2011. El Veredicto, firmado por los poetas Luis Alberto Crespo, Pedro Ruiz e Ingrid Chicot, acusa la unanimidad y los “relevantes hallazgos formales de la lengua regional”, así como “su fidelidad temática” del libro Provinciano Cósmico, cuyo autor, el Poeta Carlos Ildemar Pérez Hernández, proveniente de la cosmopolita (mas no por ello carente de provincianismo) ciudad de Maracaibo.
A este Poeta laureado lo conocí en la otra orilla, en la antigua Salamanca castellana, pues él se encontraba allí en calidad de profesor invitado para dictar la Cátedra Ramos Sucre, con la que su prestigiosa Universidad honra las letras de esta nunca bien ponderada Tierra de Gracia. Dictaba un curso diseñado por él mismo sobre Poetología venezolana al cual me acerqué, sólo a algunas de las sesiones, pero que seguí buenamente en los bares de vino y tapas salmantinos, donde ocurrían las residuas del programa. Venir a conocer al profesor, al poeta y al amigo tan lejos de tierras venezolanas, signaría por siempre una relación fundada –como corresponde- en la palabra.
Su trayectoria profesional no es breve y bástenos señalar que es un concienzudo investigador, quien ha ejercido desde hace muchos años la docencia en La Universidad del Zulia, de cuya Escuela de Letras es su actual Director. Entre su obra poética destacamos Los heredarios (1988), Premio Mención Poesía del III Concurso Literario de LUZ;Estrictís de la muchacha más cercana (1991); Flores para cuando María Calcaño regrese (1992), honrada con el V Concurso Literario Mención poesía; Sermones para vivir aquí (1993); Papá civil (1993); Olas para niños navegantes (2000); ¡A que no me come el gato!(2000);Tráglaba jetoria (2004); El señor Homo Sapiens se hace a la vida de poeta (2005); y Chiquirriticos musicantes (2009). También es autor de un curioso libro de reflexiones sobre el lenguaje y el poema titulado La mano de obra.Poetología autocrítica del proceso creador(2007).
Provinciano cósmico es una propuesta que en el Veredicto mencionado señalan como reveladora de “una voz poética” en la que la “palabra popular” resuena en tres ámbitos: la “vivencia humana”, la “íntima” y la “totalizadora”. Del espacio propio, íntimo, personal, el lenguaje sirve de catapulta para arrojar bien lejos al ser que lo porta y lo perpetra.
Lejanía vení
Llega de lejos lejanía
Para que estés pendiente
Cuando a mis manos
Me las obliguen a estar arriconadas
En la fosa del pecho
(“Dejarse”)
La lengua es espacio definitorio y, a un tiempo, crisol donde transmutar la vida familiar en esencia de sí, donde mezclar y refundir lo poco en mucho, lo mínimo en imenso, la particular en lo cósmico:
“Lo más mejor
El patio
Eso que está ahí
Pa vos aunque no esté
Donde el alma muchacho
Te se cayó”
(“Doña Ángela Elena Hernández de Pérez”)
En este libro la escritura se torna insufrible, se resiste a una interpretación convencional, aunque surja de la convención misma. Los temas universales atraviesan el libro en su totalidad, pero se guarecen bajo el alero de la palabra ruda y suave a un tiempo de lo coloquial. La imagen, reina absoluta del poema, sin embargo reclama su presencia y la atención debida.
No había más muerte para morirse
Y era suerte más que nada
Tener la tardanza de nuestra parte
Respiraba ajena si es que respiraba
Andaba quieta
Entre lo que podía andar
Quiso dejarnos
Y nos dejó intactos
Es que ni se atrevió
A hurgar en el abandono de alma
De nuestros corotos
(“De rigor mortis otra visita”)
Lo cósmico se encuentra en el patio de atrás, juntos a los macundales y las palabras que algunos desean olvidar. La palabra nombra y funda… y nombra más de lo que en un principio se pretendía expresar. El hombre (de provincia, de ciudad y universal) se muestra y se oculta en lo dicho. A veces desaparece y deja que solo su eco acuse el fuego entrampado en la ceniza. El indicio se convierte en símbolo y este es el lenguaje de los mitos. Es la sangre la que clama por la religión universal. Aquella que nace del mínimo gesto. Porque el poema, a fin de cuentas “se persigna con palabrotas y ríe tontamente”, tal y como reflexiona el poeta ensayista en su “La mano de obra”.
En el poema que da título al libro llegamos a leer:
El hilo limita la curva de la sangre
La sangre parece sangre
“Cristo aparecido aparecela”
(…)
¿Por qué finalizo
En el encantamiento de estos escombros?
Un trago de feliz más bien cenizas
Es lo que soy
Mientras parezco toda la desnudez
(“Provinciano cósmico”)
El poema, afortunadamente, siempre vence al hombre. Porque éste tiene delirios de grandeza y siente culpa de su inmediatez; y aquél, en cambio, tiene hambre de infinitud, su grandeza es el delirio absoluto.
Miguel Marcotrigiano L.