viernes, 20 de febrero de 2009

Pareja sin historia


Se acarician. Se bastan.
Están colmados por ellos mismos
colmados por la sed sensual del otro.

Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
donde están.

Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros
con sus “primera vez” repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.

Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.

Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.

Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.

Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!

Juan Liscano (1915-2001)

1 comentario:

  1. LA LEYENDA DEL HORCON

    Llovía torrencialmente,
    y en la estancia del Horcón,
    como adornando el fogón,
    estaba toda la gente.
    Dijo un viejo de repente:
    "Les voy a contar un cuento.
    Aura que el agua y el viento
    traían a la memoria mía
    cosas que naide sabía
    y que yo diré al momento.

    Tal vez tenga que luchar
    con más de un inconveniente
    pa que resista la mente
    el cuento sin lagrimear,
    pero Dios, que supo dar
    paciencia a mi corazón,
    tal vez venga esta ocasión
    a alumbrar con su reflejo
    el alma del gaucho viejo
    que ya le espera el cajón.

    No se asusten si mi cuento
    les recuerda en este día
    algo que ya no podía
    ocultar mi sentimiento.
    Vuelquen todos un momento
    la memoria en la pasao,
    que allí verán retratao,
    con tuitos sus pormenores,
    una tragedia de amores
    que el silencio ha sepultao.

    Hay cosas que yo no puedo
    detallar como es debido:
    unas, porque se han perdido
    y otras, porque tengo miedo;
    pero ya que en el enriedo
    los metí, pido atención,
    que, si la imaginación
    me ayuda en este momento,
    conocerán por mi cuento
    LA LEYENDA DEL HORCÓN

    Alcancenmén un amargo
    pa que suavise mi pecho,
    que voy a dentrar derecho
    al asunto, porque es largo;
    haré juerza, sin embargo,
    llegar hasta el final,
    y si atiende cada cual
    con espíritu sereno,
    verán como un hombre güeno
    llegó a hacerse criminal.

    Setenta años quién diría
    que vivo aquí en estos pagos,
    sin conocer más halagos
    que la gran tristeza mía;
    setenta años no es un día,
    pueden tenerlo por cierto,
    pues si mis dichas han muerto,
    aura tengo la virtud
    de ser pa esta juventud
    lo mesmo que un libro abierto."

    Iban a golpear las manos
    por lo que el viejo decía,
    pero una lágrima fría
    les detuvo a los paisanos.
    "Hay sentimientos humanos
    -dijo el viejo conmovido-
    que los años con su ruido
    no borran de mi memoria,
    y este cuento es una historia
    que pa mi no tiene olvido.

    Allá en mis años de mozo,
    y perdonen la distancia,
    sucedió que en esta estancia
    hubo un crimen misterioso.
    En un alazán precioso
    llegó aquí un desconocido,
    mozo lido, muy cumplido,
    que al hablar con el patrón
    quedó en la estancia de pión,
    siendo dispués muy querido.

    Al poco tiempo nomás
    el amor le picotió,
    y el mocito se casó
    con la hija del capataz;
    todo marchaba al compás
    de la dicha y del amor,
    y pa grandeza mayor,
    dios le mandó con cariño,
    un blanco y hermoso niño
    más bonito que una flor.

    Iban pasando los años
    muy felices en su choza:
    ella, alegre y güena moza;
    él, fuerte y sin desengaños.
    Pero misterios extraños
    llegaron... y la traición
    deshizo del mocetón
    sus más queridos anhelos,
    y el fantasma de los celos
    se clavó en su corazón.

    Aguantó el hombre callao
    hasta dar con la evidencia,
    y un día fingió una ausencia
    que jamás había pensao.
    Dijo que tenía un ganao
    que llevar pa la tablada,
    que era una güena bolada
    pa ganarse algunos pesos,
    y así entre risas y besos,
    se despidió de su amada.

    A la una de la mañana
    del otro día justamente,
    llegó el hombre de repente
    convertido en fiera humana;
    de un golpe hechó la ventana
    a el suelo en mil pedazos,
    y avanzando a grandes pasos,
    ciego de rabia y dolor,
    vio que su único amor
    descansaba en otros brazos.

    Como un sordo movimiento
    en seguida se sintió;
    después un cuerpo cayó,
    y otro cuerpo en el momento;
    ni un quejido ni un lamento
    salió de la habitación;
    y pa concluir su misión
    cuando los vió difuntos,
    los enterró a los dos juntos
    allá donde está ese horcón.

    En la estancia se sabía
    que la ingrata lo engañaba,
    pero a él naide le contaba
    la disgracia en que vivía;
    por eso la Polecía
    no hizo caso mayormente,
    pues dijeron: "La inocente
    se jue con su gavilán...,
    y en cambio, los dos están
    descansando eternamente."

    -¡Ahijuna!-gritó un paisano-,
    si es así lo que habla el viejo,
    ¡ése era un macho, canejo!
    ¡Yo le besana la mano!...
    -Yo soy-le gritó el anciano-,
    ¡Venga, m'hijo, bésame!...
    Yo fui, m'hijo, el que maté
    a tu madre disgraciada,
    porque en la cama abrazada
    con otro hombre la encontré.

    -Hizo bien, tata querido
    -gritó el hijo sin encono-;
    venga, viejo lo perdono
    por lo que tanto ha sufrido;
    por aura, tata, le pido
    que no la maldiga más,
    que si jue mala y audaz,
    por mí, perdónala, padre,
    que una madre siempre es madre.
    ¡Déjala que duerma en paz!...

    Los dos hombres se abrazaron
    como nunca lo habían hecho;
    juntando pecho con pecho,
    como dos niños lloraron;
    padre e hijo se besaron,
    pero con tal sentimiento,
    que el humano pensamiento
    no pudo pintar ahora
    la escena conmovedora
    de aquel trágico momento.

    Los ojos de aquella gente
    con el llanto se inundaron,
    y todos mudos quedaron
    bajo un silencio imponente;
    volvió a decir nuevamente:
    -Allí están, en el horcón.
    Y poniendo el corazón
    el anciano en lo que dijo,
    le pidió perdón al hijo
    y el hijo le pidió perdón.

    Quiere compartir esta hermosa poesía, llamada gaucha. Ha sido motivación de la memoria de mi abuelo. Espero que les guste.
    Daniel Monagas. Letras I.

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