
miércoles, 8 de julio de 2009
El Caballo

-¿Qué tiene en el bolsillo?
Un Caballo.
-No es posible, niña tonta.
Tengo un caballo
que come hojas de menta
y bebe café.
-Embustera, tiene cero en conducta.
Mi caballo canta
y toca el armonio
y baila boleros,
bundes y reggae.
-¿Se volvió loca?
Mi caballo galopa
dentro del bolsillo
de mi delantal
y salta en el prado
que brilla en la punta
de mis zapatos de colegio.
-Eso es algo descabellado.
Mi caballo es rojo,
azul o violeta,
es naranja, blanco o verde limón,
depende del paso del sol.
Posee unos ojos color de melón
y una cola larga
que termina en flor.
-Tiene cero en dibujo.
Mi caballo me ha dado mil alegrías,
ochenta nubes, un caracol,
un mapa, un barco, tres marineros,
dos mariposas y una ilusión.
-Tiene cero en aritmética.
Qué lástima y qué pena
que usted no vea
al caballo que tengo
dentro de mi bolsillo.
Y la niña sacó el caballo del bolsillo
de su delantal, montó en él
y se fue volando.
Jairo Aníbal Niño (Colombia)
Preguntario (1988)
Nota: Un regalo para los talleristas del Curso 2009
lunes, 29 de junio de 2009
Padre...

Padre,
de madrugada en madrugada
voy arrastrando tu cadáver,
tu grito sedimentado,
tu hora imposible en todos los relojes,
el signo hostil que me dejaste
y que ahora reclama ser devuelto a la ceniza:
tu cuerpo,
todo mordaza y pasos perdidos,
en el que se filtró la noche
para hacerse irremediable.
Adalber Salas (de su libro inédito Extranjero)
El sol no se arrepiente...

El sol no se arrepiente
del mediodía que les procura en el piso.
Es abril y las hojas lo han manifestado.
Secas, plantan su estruendo
tras mis pasos y no hay huellas,
nadie recuerda su dolor.
Entre ellas se hace saber el sueño,
esa infinita inauguración sobre la teirra.
Llegan desde las alturas,
hacen época en la nostalgia
y un mes las ayuda a despedirse del aire.
Los árboles se despojan
de esas plumas en sombra.
Dejemos a esas sombras secas
saber de nosotros.
Y juguemos con algún trozo de la tarde.
Juan Luis Landaeta
Una mano que ve...

Una mano que ve
lo que los ojos no alcanzan
y poco a poco
va palpando una ausencia
con formas
colores
y texturas inaccesibles
para las pupilas
Una mano que descubre
lo que los ojos no hayan
y palmo a palmo
identifica lo inexistente
descubre la luz
en la oscuridad de la memoria
Una mano
que mira
y palpita sensaciones
a flor
de iris
Ojo y tacto
mano y visión
Dos sentidos conjugados
en busca
de lo imposible
Beatriz Ramos
martes, 23 de junio de 2009
La poesía

Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar al lector del plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada.
Arte poética

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
Estamos en el ciclo de los nervios.
Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
El Poeta es un pequeño Dios.
jueves, 18 de junio de 2009
Sol quemante...

Yo...

Habrá otro puente...
Mi casa estremecida...
Letanías letales

Tus gestos se estacionaron...

Lunar en el cuello
+lo+que+pudiera+ser+NADAR+entre+peces+se+convierte+en+espuma+infecta+que+ni+vive+ni+deja+vivir.jpg)
Silicato y Aluminio

martes, 21 de abril de 2009
Sacrificios

Acercan sus misterios
No queda más
que ser puros
como un llanto
Ahora que estamos erigidos
sobre la proa de esta soledad
hundamos las redes
en las aguas marrones del tormento
ensartemos el lomo baboso de las sombras que nos unen
No atrapemos
el fragor
de la intemperie
Levantémonos en guerra
Asomemos estos pálpitos
aunque estén signados por los muescas del puñal
Olvidemos el vinagre transpirado por la herida
Alcemos el corazón como un sacrificio a los pájaros
Que salte como un fruto en las quincallas del viento
Acostumbrémoslo a ser forastero de galaxias
En la reyerta que blanda sus espuelas
Que manche con sangre su plumaje
Ahora que llegamos
apresuremos el ritual
Hundamos la obsidiana en el pecho de los dos
Hagamos que un pueblo se humille ante nosotros.
martes, 14 de abril de 2009
Pídele a un estudioso...

Pídele a un estudioso
que te hable de la hormiga, como insecto.
Medita, en Dios creando
una hormiga perfecta, en el Principio.
Pinta una hormiga negra
y una luna turquesa,
sobre una cartulina
púrpura.
O haz un acto de magia, derramando
simples gotas de miel, sobre la mesa,
para ver cómo surgen de la nada,
a cien pies de la calle, las hormigas.
Y compara su vida con tu vida.
Sus luchas e invasiones, con tus guerras.
Imagina tu muerte
como un pájaro raudo.
Todo es uno.
Margarita Inastrillas
lunes, 13 de abril de 2009
Cuando Gardel llegó a Caracas

Cuando Gardel llegó a Caracas, y yo
ni está en las antologías del tango.
yo se la dibujé mientras
dormía en el Majestic
con los caballos
William Osuna (Caracas, 1948)
miércoles, 4 de marzo de 2009
Los amorosos

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida. Y se van llorando, llorando la hermosa vida.
Jaime Sabines (1926-1999)
Alta Marea

Cuando un hombre y una mujer que se han amado
se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través
de las piedras sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el
furor de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles
de la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles
o enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros
hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo
Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma
de los días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas
insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta
en otro cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal
como un enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del
trabajo marítimo con el desplomado trono de las olas y
el árbol de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo
el mundo desesperado como una fiesta en su huracán
de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca
de las aguas y de los campos con las violencias de este
planeta que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus
brazos como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta
y el cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia
que acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su
dicha y a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio
y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón
de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta
y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado
se separan
Enrique Molina (1910-1977)
viernes, 27 de febrero de 2009
En esta casa no miro el cielo

En esta casa no miro el cielo. Miro la dura
extensión que me circunda, escucho lejos batallar el
viento. Sus límites me marginan de lo abierto.
Es una casa cerrada, nada en ella se revela.
No hay espacios ni columnas ni aleros donde aniden
pájaros inquietos. Una casa desnuda sin el hondo
temblor de lo secreto. Me pego de sus muros, de su
olor a desierto. Es mi casa.
Antonia Palacios (1904-2001)
viernes, 20 de febrero de 2009
Pareja sin historia

Se acarician. Se bastan.
Están colmados por ellos mismos
colmados por la sed sensual del otro.
Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
donde están.
Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros
con sus “primera vez” repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Juan Liscano (1915-2001)
miércoles, 11 de febrero de 2009
EN MI HABITACIÓN

Aquí están mis zapatos, con la forma
de los pasos y el pie que los dispone.
Aquí están mis vestidos, mis blusas y mis faldas
y mi ropa interior,
liviana y sencilla como una campánula silvestre
ya marchita,
mis medias que olvidaron las orugas
y han conocido antes la máquina y el ruido,
y después el latido y la huella;
mi paraguas, lánguido capullo, calabaza
del color del durazno y la cayena,
oh, mi mejor amigo defendiéndome
del cielo y su arrebato.
Espejos, libros, memorias de los viajes,
la música viniendo desde lejos,
su posada mariposa libérrima,
un lecho donde el sueño sólo es más sueño,
una lámpara antigua de la abuela materna,
una diversa advocación de vírgenes y santos
para la belleza y por los hijos, para la soledad,
esta máquina de escribir que llena de picotazos el silencio
como una gaviota furiosa y hambrienta
contra la huidiza verdad del mar,
este olor que de pronto se viene del jazmín
del jardín, desde la calle
a pelear contra el mío y mis perfumes
saliéndose de mí o del armario abierto.
Y retratos.
Y la vida haciendo ruido adentro y en torno
en cada día que pasa.
Luz Machado (1916-1999)
De su libro La casa por dentro (1965)
miércoles, 4 de febrero de 2009
Soñé que moría...

Soñé que moría la noche anterior a un domingo. Al día siguiente nadie extrañaba mi cuerpo sobre la cama, cerraron la puerta de mi cuarto y me encerraron con el perro para no ser molestados. Con el tiempo nadie se acordaba de mí, ni siquiera el perro que se acostó sobre el colchón a temblar la muerte de otro. Mi cuerpo se fue desvaneciendo entre las sombras y las sábanas quedaron revueltas con mi partida. Mi madre se olvidó que alguna vez tuvo un primogénito y mi hermano siguió transitando mi cuarto, buscando las pistas de algo olvidado. Me dediqué a transitar la casa observando los cuadros donde no aparecía. Vi a mis primas y a mi hermano, a mis tías y a mi madre; descubrí que mi muerte, como mi nacimiento, nunca fue acontecimiento palpable, fue un recuerdo perdido.
Ganador del Concurso de Poesía para jóvenes voces,
de Monte Ávila Editores latinoamericana, 2008.
Imagen: Cabeza del padre en el lecho de muerte,
de Franz Marc (1907)
El mundo está ahí para mis ojos

El mundo está ahí para mis ojos
para que yo desnude a las cosas de su tiempo
y les restituya el temblor nebuloso
del instante que no pasa.
Porque a este mundo se le han roto los huesos
le han amanecido jaguares en la piel
empapados de sangre y rugido oscuro
y teme que un pájaro de ceniza
se le pose en la frente
por eso me ha estado esperando
para que yo le escriba una carne sin historia
una imagen lúcida, eterna
una piedra cuyo envés
sea la nada.
Pero ni el mundo ni yo nos desharemos
de la traición inevitable de los días
porque no conozco las sílabas cabales
que conjuran el milagro
de la tierra que contiene su respiración
sobre la página
y sólo sé balbucear
unos pocos versos
como hojas en llamas
como guijarros fosforescentes
que encajan en mis manos
y nada más.
martes, 3 de febrero de 2009
Plegaria

No eres lo que se piensa. Eres lo que se ama. No eres conocimiento, sino sólo estupor. No eres el perfil sino el asombro. No eres la piedra sino lo inaudito. No eres la razón sino el amor.
De la mano del ángel yo he ascendido a tu hallazgo que nunca es un concreto tesoro sino continuamente un descubrimiento inenarrable. El ángel, a mi lado. Sintió también intensa, más intensa que nunca, más intensa que con algo o con alguien, esa visión de inmensidad. Como con nadie, no porque cada caso es singular, sino porque aquel acto fue más hondo que todos lo suyos, como si recibiéramos de pronto un advenimiento infinito.
Y es inútil pensar en encarnarte. Eres lo que nunca se puede encarnar ni nombrar porque sólo nos juntas las manos y nos haces doblar las rodillas.
Déjame sentirte, ¡Oh infinitud, oh zona inmensa, dimensión sobrehumana, oh mi Dios, siempre con la piel deslumbrada tanto que el cuerpo se me vuelva luz! Déjame estupefacta, arrebatada, y déjame que vibre para siempre con la palpitación mía e íntima.
Quisiera ser aquella que permanece atónita, ante ti. La que no sabe de tu nombre, la que no sabe de tu forma. Ignorante si, pero una ignorante estremecida. Y que así sea.
lunes, 2 de febrero de 2009
hagamos usted y yo...

Manón Kübler (1961)
Olympia (1991)
Tamaño de las hojas

uno pone la mano en una hoja, cualquier hoja
caída en el parque,
uno acerca con asombro la palma a ese verdor momentáneo
en la acera,
con temor o esperanza de que el toque
provea de luz el aire,
uno inclina sus dedos asombrados
sobre un trozo de árbol puesto en mínimo
espacio callejero
y al instante nota que el cielo sigue igual
de azul y cálido,
descubre que la tierra no ha levantado promontorios,
que los postes de luz siguen callados
bajo el peso del día
y que la hoja,
el verdor tumbado sobre el parque,
cabe justa en la mano sin romperla,
sin teñirla de dios multiplicado
Luis Moreno Villamediana (1966)
(de su libro Cantares digestos, 1995)
jueves, 29 de enero de 2009
Bicicletas azules

¿Es que hay un alma?
¿No será la materia
el duro aposento
y, al mismo tiempo,
la única y sola dinámica?
Colegid
la dura estirpe del átomo,
el cráter milenario de la abeja
zumbando su lava pegajosa;
o la muerte como un racimo de cenizas
frotando espejos de vacíos escaparates.
El alma del hombre
es traspasada por ventiscas
y nubes y elefantes azules.
Y gime, como la bicicleta
entre las piernas de las muchachas.
Luis Pastori (1921)
De su libro Sinrazones (1983)
miércoles, 28 de enero de 2009
Escribir es dejar de ser escritor

Muchas veces me he visto obligado a contestar a la pregunta de por qué escribo Al principio, cuando era muy joven y tímido, utilizaba la breve respuesta que daba André Gide a esa pregunta y contestaba: «Escribo para que me lean.»
Si bien es cierto que escribo para que me lean, con el tiempo he aprendido a completar con otras verdades mi sincera respuesta a la pregunta de por qué escribo. Ahora, cuando me hacen la inefable pregunta, explico que me hice escritor porque 1) quería ser libre, no deseaba ir a una oficina cada mañana, 2) porque vi a Mastroianni en La noche de Antonioni; en esa película -que se estrenó en Barcelona cuando tenía yo dieciséis años- Mastroianni era escritor y tenía una mujer (nada menos que Jeanne Moreau) estupenda: las dos cosas que yo más anhelaba ser y tener
Casarse con una Jeanne Moreau no es fácil, tampoco lo es ser realmente un escritor. Por aquellos días, yo tenía una vaga idea de que no era sencillo ni una cosa ni la otra, pero no sabia hasta qué punto eran dos cosas muy complicadas, sobre todo la de ser escritor
Yo vi La noche y empecé a adorar la imagen pública de esos seres a los que llamaban escritores. Me gustaron, en un primer momento, Boris Vian, Albert Camus, Scott Fitzgerald y André Malraux. Los cuatro por su fotogenia, no por lo que hubieran escrito. Cuando mi padre me preguntó qué carrera pensaba estudiar -é1 tenía la callada ilusión de que yo quisiera ser abogado-, le dije que pensaba ser como Malraux. Recuerdo la cara de estupor de mi padre, y también recuerdo lo que entonces me dijo: «Ser Malraux no es una carrera, eso no se estudia en la universidad.»
Hoy sé muy bien por qué deseaba ser como Malraux. Porque ese escritor, además de tener una expresión de hombre curtido, se había construido una leyenda de aventurero y de hombre no reñido con la vida, esa vida que yo tenía por delante y a la que no quería renunciar Lo que en esos días yo no sabía era que para ser escritor había que escribir, y además escribir como mínimo muy bien, algo para lo que hay que armarse de valor y, sobre todo, de una paciencia infinita, esa paciencia que supo describir muy bien Oscar Wilde: «Me pasé toda la mañana corrigiendo las pruebas de uno de mis poemas, y quité una coma. Por la tarde, volví a ponerla.»
Todo esto lo explicó muy bien Truman Capote en su célebre prólogo a Música para camaleones cuando dijo que un día comenzó a escribir sin saber que se había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo: «Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y escribir mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil pero brutal.»
Así pues, yo en esos días no sabía que para ser escritor había que escribir, y además había que escribir como mínimo muy bien. Pero es que, por no saber, ni sabía que era preciso renunciar a una notable porción de vida si se quería realmente escribir Por no saber, ni sabía que escribir, en la mayoría de los casos, significa entrar a formar parte de una familia de topos que viven en unas galerías interiores trabajando día y noche. Por no saber, ni sabía que iba a acabar siendo escritor, pero un tipo de escritor alejado de la figura de Malraux, pues me esperaban aventuras, pero más del lado de la literatura que de la vida.
Pero escribir vale la pena, no conozco nada más atractivo que la actividad de escribir, aunque al mismo tiempo haya que pagar cierto tributo por ese placer. Porque es un placer y es -como decía Danilo Kis- elevación: «La literatura es elevación. No inspiración, les ruego. Elevación. Epifanía joyceana. Es el instante en que se tiene la impresión de que, en toda la nulidad del hombre y de la vida, hay de todos modos unos cuantos momentos privilegiados, que hay que aprovechar. Es un don de Dios o del diablo, poco importa, pero un don supremo.»
Hoy en día, con el auge de la nueva narrativa española, se dan entre nosotros dos tipos de escritores jóvenes, de escritores principiantes: por una parte, están los que no ignoran que se trata de un oficio duro y paciente, un oficio en el que se avanza en tinieblas y le obliga a uno a jugarse la vida, a arriesgar (como decía Michel Leiris) la vida como lo hace un torero; por otra parte, están los que ven en la literatura una carrera y buscan el dinero y la fama como primer objetivo de su trabajo.
No tengo alma de predicador y, además, no quiero desanimar ni a unos ni a otros, de modo que citaré de nuevo a Oscar Wilde, citaré ese consejo que le dio a un joven al que le habían dicho que debía comenzar desde abajo: «No, empieza desde la cumbre y siéntate arriba.» Gabriel Ferrater lo dijo de otra forma: «Un escritor es como un artillero. Está condenado, lo sabemos todos, a caer un poco más abajo de su meta. Por ejemplo, si yo pretendo ser Musil y caigo un poco más abajo, pues ya es bastante más arriba. Pero si pretendo ser como un autor de cuarta fila...»
Un escritor debe tener la máxima ambición y saber que lo importante no es la fama o el ser escritor sino escribir, encadenarse de por vida a un noble pero implacable amo, un amo que no hace concesiones y que a los verdaderos escritores los lleva por el camino de la amargura, como muy bien se aprecia en frases como esta de Marguerite Duras: «Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos.»
Plantearse escribir es adentrarse en un espacio peligroso, porque se entra en un oscuro túnel sin final, porque jamás se llega a la satisfacción plena, nunca se llega a escribir la obra perfecta o genial, y eso produce la más grande de las desazones. Antes se aprende a morir que a escribir. Y es que (como dice Justo Navarro) ser escritor, cuando ya se sabe escribir, es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es hacerse pasar por otro, escribir es dejar de ser escritor o de querer parecerte a Mastroianni para simplemente escribir, escribir lo que escribirías si escribieras. Es algo terrible pero que recomiendo a todo el mundo, porque escribir es corregir la vida -aunque sólo corrijamos una sola coma al día-, es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica (debido a su carácter de horrenda, el tributo que debemos pagar para escribir y renunciar a parte de la vida auténtica no es pues tan duro como podría pensarse) o bien, como decía Italo Svevo, es lo mejor que podemos hacer en esta vida y, precisamente por ser lo mejor, deberíamos desear que lo hiciera todo el mundo: «Cuando todos comprendan con la claridad con que yo lo hago, todos escribirán. La vida será literaturizada. La mitad de la humanidad se dedicará a leer y a estudiar lo que la otra mitad de la humanidad habrá escrito. Y el recogimiento ocupará la mayor parte del tiempo que será así arrebatado a la horrible vida verdadera. Y si una parte de la humanidad se rebelase y se negase a leer las lucubraciones de los demás, mucho mejor. Cada uno se leería a sí mismo.»
Leyendo a los otros o a nosotros mismos, poco margen veo yo para estallidos bélicos y mucho en cambio para la capacidad de un hombre para respetar los derechos de otro hombre, y viceversa. Nada menos agresivo que un hombre que baja la vista para leer un libro que tiene en sus manos. Habría que partir a la búsqueda de ese recogimiento universal. Se me dirá que se trata de una utopía, pero sólo en el futuro todo es posible.
Enrique Vila-Matas
Tomado de: http://www.barcelonareview.com/lunes, 26 de enero de 2009
hay seis guacharacas

hay seis guacharacas abandonando su patio de origen
una mujer disertando con tristeza de gato
sobre lo saludable que es contemplar una traición
puede que no use esta palabra
porque vive los días con la certeza de la soledad de Dios
pero nadie puede negar el habla de los limpios
ningún decir
sólo insinuaciones
para que cada cuerpo intuya la grandeza
para que cada cuerpo se resienta cuando dice
porque entre nombrar y decir hay un desierto
eso lo saben y practican los gatos
con su cola sólo sugieren
con su silencio sólo sugieren
con sus latidos de caballo sólo sugieren
se sientan en las sillas
y nos miran con la misma tristeza de Cristo en el monte
ellos tan frágiles y nosotros tan seguros
hablamos sin decir gritamos sin decir
no comprenden la palabra compañía
no adivinan los sueños y sus inevitables consecuencias
los abruman las causas los detalles del día
los mutismos y llamados de las falsas alturas
sólo ronronean
o se marchan a los lugares de la caricia
o beben del agua cuando estamos ausentes
saben de fuentes y de cómo y cuándo sorber
saben reconocerlas y se quedan tranquilos
no dicen nada
tranquilos
cual galaxia para anunciar un cambio
Del libro La respuesta de los techos (2008)
Alexis Romero (1966)
La poetisa cuenta hasta cien y se retira

La poetisa recoge hierba de entretiempo,
pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
hierbas para el suceso y las iniciaciones.
Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
el grupo estudioso, libre de manos y cerrado de corazón.
Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
La poetisa cuenta hasta cien y se retira.
De Libro de los oficios (1975)
Ana Enriqueta Terán (1918)
domingo, 25 de enero de 2009
Arte de anochecer

Hay un arte de anochecer.
De la entrada del cuerpo al alma,
de la niebla a la redondez
y del círculo al cielo;
hay un arte de luz,
un campo donde anochecer
es mirar la vida
con el cuerpo cerrado.
Hay un arte de anochecer,
un descenso en la entrada del día
a la completa oscuridad.
Un intermedio donde es necesario
recibir y saber todo sin estremecimiento.
Hay un arte,
un paisaje a veces amable,
a veces torvo,
donde ascenso y descenso son accesorios
de la materia limpia.
Hay un arte de anochecer.
Quien haya vivido o soñado con bosques,
luces y demonios,
lo sabe.
José Barroeta (1942-2006)
jueves, 22 de enero de 2009
Manos

Hay mujeres que se llevan las manos a la cabeza.
Sus manos parecen tijeras. O pájaros
sin sur, llenos de angustia.
Conocí a una que perdió a un hijo en una alberca.
Un niño de seis años que flotaba
como la colilla de un cigarro en un vaso de vodka.
Hay mujeres que se llevan las manos a la cabeza.
Sus manos no son nubes.
A vaces las veo pasar como si nada les pasara.
Llevan los precipicios debajo de la sangre.
Sé también de una Alejandra que fue violada
siete veces.
Un mordisco de metal.
Un reptil que se entierra en tu vientre.
Un cuchillo que te orina.
Siete veces.
Hay mujeres que se llevan las manos a la cabeza.
Sus manos son tijeras. Nunca nubes.
Tal vez tan sólo tratan de cortar el cielo, de fugarse.
Tal vez sólo quieren
atajar sus gritos en el aire.
Alberto Barrera (1960)
Cuadro: "Desesperada" (1999), de Noé Hinojosa Jr.