martes, 13 de enero de 2009

EL Taller Literario y el escritor



Sobre la naturaleza de los talleres literarios se ha reflexionado copiosamente. Demasiado para lo que en realidad son: un mecanismo, un sistema. Vienen a sustituir a la aleatoria operatividad de las peñas literarias. Éstas, más cercanas a la amabilidad de unas ciudades pequeñas, ociosas, han cedido el paso al compromiso de un día por semana y un horario. Saber si estos rigores conducen hacia mejores playas es cosa que sólo el tiempo puede ir esclareciendo. Por lo pronto ya son dieciséis años de práctica del taller literario en Venezuela. En todos o casi todos los estados funcionan estas suertes de reuniones que, a los ojos de cualquier transeúnte, parecen unas juntas de masones o de conspiradores políticos. Es obvio que nada cercano al esoterismo ocurre en estas sesiones de trabajo. Por el contrario, son bastantes más puntuales de lo que la gente se imagina. En alguna medida al taller llega un compendio de las insuficiencias de la educación venezolana. Quienes a él acuden ignoran qué es un poema; han leído muy poca poesía; desconocen totalmente la obra de poetas venezolanos y, además, blanden unos cuantos prejuicios. Por supuesto, existen las excepciones. Se acercan lectores que intentan la escritura pertrechados de un buen equipaje. Pero son minoría. Es decir, son la minoría que insiste luego de la primera reunión. A ésta acuden casi treinta almas ansiosas. Van en busca de ansiedades similares, buscan espejos, buscan oído para sus soledades, intuyen virtudes en los escritores que éstos no necesariamente tienen, buscan algo que no saben exactamente qué es, pero que con tan solo una cita comprenden que allí no está.

A la segunda reunión asisten veinte, a la tercera quince y, finalmente, a la cuarta sólo acuden ocho; los ocho que han entendido que además de los arrebatos de la inspiración, escribir implica el goce por encontrar el sitio exacto de una coma. Estos ocho son capaces de desdoblarse y olvidar el sentimental, doloroso, romántico, íntimo o desgarrador motivo que provocó el nacimiento de un texto. Son los que oyen atentos las sugerencias de sus compañeros y no las interpretan como ofensas imposibles. Son los que más allá de la robustez de sus autoestimas intuyen que el lugar de la creación es paciente, persistente y humilde.

Nadie pretende per se que estas reuniones deriven en cenáculos elitescos; incluso todos atendemos el eco que sobre la literatura pesa cada vez más: es para elegidos, es aristocrática, etc. Esta gota de agua en contra del perfil minoritario de la literatura atormenta a muchos. En buena medida el taller literario, como mecanismo, responde a la idea de democratizar el ejercicio de la escritura y, obviamente, de la lectura. Pesa sobre los escritores una suerte de mala conciencia por lo reducido de sus esferas e, injustamente, con frecuencia salen a relucir glorias del pasado que sí conectaban con el alma popular. Quines acusan a los escritores de hoy de impopulares e incomprendidos apoyándose en la notoriedad, por ejemplo, de un Andrés Eloy Blanco, no se dan cuenta de que las cosas cambiaron. Ni siquiera un mitin político al que asisten cincuenta mil almas es indicativo de popularidad si se le compara con el mago de la cara de vidrio, vale decir, la televisión. Por más que un recital de poesía congregue, hoy en día, a mil personas, sigue siendo un evento mínimo del que ni siquiera una pequeña noticia en el periódico podría esperarse. Apenas quinientas personas escuchando los versos de Andrés Eloy Blanco, Jacinto Fombona Pachano, Pío Tamayo y Antonio Arráiz, bastaron para inmortalizar aquel recital en la semana del estudiante del año 1928. Ni los escritores, ni los políticos, ni nadie ajeno a los medios de comunicación social puede entrar en relación con las grandes mayorías. Lo que sería un esfuerzo titánico de convocatoria para un partido político, para un canal de televisión es cosa simple, muy simple. Basta encender la televisión un sábado en la tarde para constatarlo. Por qué pedirle, entonces, peras al almo. Si la escritura es cada día más un ejercicio de elegidos en comparación con las hordas que leen Gaceta Hípica, no es algo que dependa exclusivamente de la capacidad comunicativa de un escritor. El más leído de los articulistas de un periódico (o de otro) se comunica con la centésima parte de gente que Joselo en media hora de televisión. Si el asunto es llegar a la mayor cantidad de personas posible, pues olvídese de la escritura, de la escritura literaria, se entiende.

Está claro que el gusto de las grandes mayorías sólo puede ser indicativo de eso: el gusto de la mayoría. Pero, de allí a pensar que lo que le gusta a todos es lo bueno es una ecuación inaceptable. Puede ser que el jabón que a todos gusta sea el mejor, no así un cuento o un poema. Aquí las cosas se complican considerablemente. Hay editores en el mundo que para darse el gusto de publicar un texto valioso (y minoritario), se ven en la necesidad de editar basura (metafísica engañosa y pobre o pornografía o libros para supuesta superación personal) que sí representa ganancias. Lo que es bueno para el deseo de la mayoría no es, siempre, lo mejor (ya lo sabemos).

Toda esta incursión paralela al tema del taller literario tiene sentido en la medida en que nos ayuda a dibujar el entorno en donde este fenómeno ocurre. No hay que ser muy avezado para saber que el mundo contemporáneo, sus resortes y sus estímulos, en casi nada incentiva la lectura y mucho menos la escritura. Un taller literario es un margen, una orilla que el discurso actual tolera o, más bien, ignora indiferentemente. Por todo esto, y por muchas otras razones, quien acude a un taller lo hace movido por impulsos distintos al poder, la fama o el consentimiento del público; lo hace (o debe hacerlo, más bien) por el placer de desarrollar una escritura.


Por Rafael Arráiz Lucca

(Tráfico, Guaire y otros ensayos. Ediciones de la Casa de Asterión. Caracas. 1997)

1 comentario:

  1. Me permito escribir ciertos parrafos que me parecieron puntuales y bastante ilustrativos de lo que se espera en el taller: "..los 8 que han entendido que ademas de los arrebatos de la inspiracion, escribir implica el goce por encontrar el sitio exacto de una coma.." "..oyen atentos las sugerencias de sus compañeros, no las ven como ofensas.." "..el lugar de la creacion es persistente, paciente y humilde.." "..quien acude a un taller lo hace movido por impulsos distintos al poder, la fama o el consentimiento del público; lo hace (o debe hacerlo, más bien) por el placer de desarrollar una escritura.." Lourdes Montenegro.
    P.D. va sin acentos.

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